Sede Isidoro López, Centro Educativo Rural Sabanitas
Sede Isidoro López, Centro Educativo Rural Sabanitas
Mi nombre es Luz Aleida Ramos García, docente por vocación, orgullosamente campesina y enamorada de las sonrisas de los niños y niñas del campo, de sus ocurrencias, de su inocencia y amor incondicional. En mi labor docente ya sumo 26 años, 25 de ellos en la ruralidad. Amo respirar el aire puro, me apasiona el trabajo en comunidad, capacitarme, poder transmitir a mis estudiantes y padres de familia saberes nuevos. Mi mayor anhelo es seguir sintiéndome como ahora: querida y respetada por mis niños, que en su rostro se vea la felicidad de estar en un salón de clases aprendiendo y compartiendo, pero, lo más importante, siendo realmente felices.
Llega un momento en el que la necesidad me toca el sentimiento. La impotencia de ver a un grupo de niños y niñas de escasos recursos, carentes de una buena nutrición, con mentes abiertas, miradas inocentes, que muestran con desconsuelo lo que llevan de almuerzo, y que están comiendo sin ganas, sonriendo sin risa.
Entonces, me doy cuenta de que una mano más una mano no son dos manos, son manos unidas. Y teniendo como recurso algo tan maravilloso como un espacio limpio, un espacio sano, me dispuse a lo más difícil: proponer e idear la forma de que el terreno escolar fuera útil; pero para eso había que trabajar.
¿Y cómo?, si los niños son pequeños y yo campesina sin práctica (eso sí, con muchas ganas). Los padres, experimentados y caprichosos, decían:
—Eso es bobada ponernos a trabajar para que los vecinos coman… Que dé el Gobierno, que para eso se la roban toda… Yo vivo lejos… Yo no tengo plata… Por acá no da eso… ¿Quién da las semillas?…
Entonces, me tocó pegarme a la ley, y es que el Manual de convivencia es claro y dice: “Es deber y obligación de los padres colaborar en los procesos de formación de sus hijos y hacer parte activa de los proyectos y propuestas”.
Partiendo de ahí nació la Escuela de las Verduras. ¿Por qué ese nombre? Pues significaba aprender desde la huerta escolar, aprender a cosechar, pero también a alimentarse para estar sano. Pero mientras la huerta produce, ¿qué hacer? Tocó meter la mano en el bolsillo, en las reservas de la casa, en las semillas que algunos nos donaron y en las ganas de las buenas sembradoras, madres cabeza de hogar experimentadas, líderes que siempre están ahí, y padres que, viendo el apoyo de sus esposas, le pusieron el alma a este cuento que lleva ya más de 10 años.
Después de concretar qué hacer, nos repartimos en grupos. Sí, una huerta es poco para 25 familias, entonces nos subdividimos de manera que 10 apoyaran el cultivo de hortalizas y vegetales, 10 se encargaran del cultivo del café y las restantes se dedicaran a la jardinería, porque una casa sin niños y sin jardín es una casa sin vida. Asignamos tareas y que venga la competencia.
—No nos podemos dejar ganar de los otros…
—Es mejor trabajar juiciosos para que esa profe no eche cantaleta…
—Profe, no puede dejar que los muchachos nos dañen los cultivos con los balones, acá no se puede perder el trabajo…
—El que no pueda venir a trabajar entonces que dé plata.
Estos fueron algunos de los comentarios que se escucharon y de los acuerdos a los que llegaron, y aunque no faltaron las malas caras, dicen por ahí que una sola golondrina no hace verano.
Y es que no ha sido fácil: el clima, el pesimismo de unos y la apatía de otros nos han acompañado durante todo este proceso, que, gracias a Dios y a mi comunidad, ha tenido más aciertos que desaciertos.
La sede Isidoro López cuenta con servicio de restaurante escolar continuo en la modalidad almuerzo. Además de las hortalizas y el café, ahora cosechamos mora, aguacate, plátano, guineo y todo lo que peleche. Los padres aportan dinero, víveres, frutas de cosecha y lo que nos pueda ayudar a sostener este servicio tan preciado. Así fue como cambiaron las miradas tímidas de apatía que producía destapar una coca por la alegría de hacer una oración alrededor de una sopita calientica, llena de amor, llena de vida. La huerta hoy en día es de los niños, niñas y adolescentes de posprimaria, de la profe de bachillerato, de los padres, es decir, de todos.
Me siento orgullosa de mi familia Isidoro López, de sus ganas de ayudar, de su fe en esto que comenzó como un sueño, pero que hoy da frutos, frutos de esperanza, de experiencia…, de esa valiosa unión comunidad-escuela.
Mis mamás ahora también cosechan en casa y comparten con nosotros; nos enseñan desde su experiencia que si sembramos comino alrededor de la cebolla, puede evitar que a esta le dé piojo; que la ruda, el tomillo o el romero son buenos controladores de plagas; que si coloco una cáscara de huevo hacia arriba, las mariposas se van de las lechugas; que a las babosas es casi imposible controlarlas, pero entre truco y truco lo vamos a lograr. Muchos de estos consejos son pasados de generación en generación y plasmados en algunas de las colecciones que nos dona la Fundación Secretos para contar.
Aprendí que si con delicadeza se le ofrece a un niño una ensalada, motivado por un estímulo él aprenderá a consumirla; que las espinacas no son siempre como las de Popeye, pues molidas con carne y convertidas en tortas saben muy ricas; que la yuca frita o las tajadas de guineo verde son del agrado de todos. Trucos, curiosidades, recetas que ayudan a que nuestros escolares se alimenten mejor cada día.
Ahora muchos de esos niños y niñas que aprendieron a almorzar mientras yo les cuchareaba están en décimo y once, y recuerdan con agrado, entre risas, lo vivido en la infancia. Cuentan que mientras desyerbaban las zanahorias, se las comían llenas de tierra, y que si se equivocaban y arrancaban una cebolla de huevo, la tenían que esconder por temor a ser regañados.
Aprendizajes muchos: el conteo es más divertido con alverjas, fríjoles o papas criollas, que utilizamos para afianzar nuestra motricidad fina al desgranar, y si las sumamos, obtenemos una deliciosa sopa; el área o el perímetro de la huerta permiten saber a qué distancia se siembra una semilla de otra; y aprendimos también que a los tomates se les puede cantar, dibujar y declamar poemas.
Y como el que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija, hoy tenemos el apoyo de Corantioquia con Guardianes de la Naturaleza y Ecoescuelas: aprendemos nuevas técnicas de siembra, y nos han donado semillas e insumos para una siembra orgánica. Tenemos en la sede unas hijas adoptivas: las lombrices californianas, que trabajan día y noche para producir la comida de las verduras, además de una compostera que nos sirve para procesar el compost. Todo esto con un fin grande: aprender, compartir y servir.
Hay mucho que contar, también mucho por corregir, repensar, analizar y mantener. Mientras cuente con una comunidad comprometida, con estudiantes y docentes acompañantes que me den la mano, ahí estaré, uniendo mi mano para alcanzar las metas propuestas, mis sueños, los sueños de todos.
No quiero dejar de lado a mi compañera de posprimaria Sandra Patricia Ramírez Yepes, quien desde hace dos años se unió a esta aventura. Es una docente perseverante y comprometida con la causa. A ella, gracias, gracias, gracias.