Sede Juan N. Barrera, Centro Educativo Rural Juan de Dios Carvajal
Sede Juan N. Barrera, Centro Educativo Rural Juan de Dios Carvajal
Nací en el municipio de Apartadó, Antioquia, donde una guerra por intereses desconocidos le quitó el aliento a mi padre. Esto hizo que mi madre y yo tuviéramos que dejar lo poco que habíamos construido en ese lugar. Mi infancia y juventud las viví en Jericó, donde cursé mis estudios y aprendí a amar la educación, sintiendo en mi mente y corazón que quería ser maestra. Desde pequeña me inculcaron el amor al arte a través de la poesía, el baile, el teatro, el cine y la literatura. Disfruto pasar el tiempo con mis amigos contando historias y relatos de la vida, y creo firmemente que vinimos a este mundo a servir a los demás.
Mi tarea como educadora rural en posprimaria en el CER Juan de Dios Carvajal, sede Juan N. Barrera, del municipio de Jardín, comenzó con miles de retos personales y profesionales: la distancia de la vereda, su camino de trocha, el enfrentarme a trabajar con varias áreas del conocimiento lejanas a mi formación, tener un aula multigrado con estudiantes de sexto a once, entre otras.
Sin embargo, toda dificultad trae una oportunidad y desde la asignatura de Emprendimiento, con los grados noveno, décimo y undécimo, en el año 2019 trabajamos la huerta escolar. Empezamos con una recolección de datos simples: fechas, tiempos de siembra, de cosecha, de riegos, semillas, deshierbe; además, tratamos plagas de hormigas e hicimos recolección. Después de esto llegaron las vacaciones y, al regresar a nuestra institución, de la huerta no quedaba nada. Sentimos esto como un primer fracaso.
Este acontecimiento me llevó a explorar y analizar qué iba a hacer con estos jóvenes que fuera llamativo, que perdurara en el tiempo y generara en ellos aprendizajes significativos. Entonces, llegó a mis manos un libro verde llamado Bitácora, junto con una capacitación maravillosa pero compleja sobre los famosos proyectos pedagógicos productivos, que me invitaba a conocer el contexto, a plantearme unos objetivos pedagógicos por fases, a vincular las áreas del conocimiento y a aprender desde el trabajo en equipo, que a veces es tan duro, aunque tan necesario en la vida diaria. Esto me llevó a reflexionar sobre la manera de trabajar mis clases.
Era la hora de enfrentar este nuevo reto con mis estudiantes, y así decidimos iniciar conociendo nuestra vereda, nuestros productos, nuestro vivir y sentir. Nació, entonces, un proyecto pedagógico productivo de pencas sembradas en baldes, con el fin de extraer el cristal y venderlo; pero esta idea solo se quedó en el papel: nunca logramos materializarla porque llegó la pandemia y la mayoría de los estudiantes no sembró su penca, y quienes lo hicieron nunca la cuidaron. Este fue nuestro segundo fracaso productivo.
Nuestra tercera oportunidad llegó con una maravillosa idea de realizar patacones precocidos empacados al vacío, pero al llegar a la matriz DOFA nos enfrentamos a miles de percances: ¿en qué momentos íbamos a realizar la producción?, ¿cuál sería el lugar de elaboración del producto?, ¿el presupuesto inicial de dónde lo íbamos a obtener?, y después de hacer cuentas, sumar un número acá y otro por allá, buscar una cocina, posibles proveedores, pailas, empaques, un curso de manipulación de alimentos que no hicimos…, en fin, tantos y tantos datos, decidimos que este proyecto también moriría, pero con la posibilidad de revivirlo en un futuro.
De todos estos fracasos productivos obtuvimos miles de logros pedagógicos: formular objetivos, identificar las necesidades del entorno, promover la cultura del registro, realizar cuentas, buscar recursos y hacer de un error una posibilidad de aprender.
Algunas personas dicen que la tercera es la vencida. Pero en la sede Juan N. Barrera descubrimos que puede existir una cuarta y puede haber hasta una quinta y, por qué no, una sexta, pues nunca hay límites para la humanidad cuando se tiene un propósito: lo importante es la perseverancia. Esta vez decidimos hacerlo todo con calma, paso a pasito, como párvulo aprendiendo a coger un crayón para realizar sus primeros trazos: sacamos los libros de Larutanatural, nos los devoramos en clase, leímos, consultamos, preguntamos y experimentamos. Fue un tiempo de no saber para dónde íbamos y, mucho menos, qué era lo que queríamos, pero como siempre digo en clase, el cielo es el límite, y al llegar a la lluvia de ideas fue que encontramos el proyecto en que nos embarcamos esperando alcanzar puerto seguro.
El proyecto pedagógico productivo “Combi Frut, la combinación de magia y fruta” es un trabajo hecho con el corazón de unos jóvenes dispuestos a soñar, a ver la oportunidad de utilizar los bananos y plátanos que no se vendieron a los grandes compradores, de recoger las guayabas que caen de los árboles silvestres, de usar los limones, naranjas, mandarinas, piñas, papayuelas, moras y todo tipo de frutas que siembran en sus fincas para deshidratarlas y venderlas.
Para pulir esta idea llevamos a cabo actividades de diseño y creamos un logo y un eslogan que representan la imagen del producto; deshidratamos frutas en un horno tostador pequeño que nos prestaron e identificamos cómo quedaba el producto experimentando con diferentes tiempos, temperaturas y cortes. Al inicio, algunas sabían amargas, otras se quemaron, unas quedaron con una textura fibrosa y una que otra con una consistencia perfecta…; pero, eso sí, era obligatorio que todos probáramos cada una de ellas para analizar cómo podíamos mejorar; y les preguntamos a las mamás, a los abuelos, a los vecinos, y consultamos en internet cómo producirlo y qué hacer para que este producto fuera diferente y especial.
Mostramos nuestro proyecto pedagógico demostrativo al Comité de Apoyo para el Emprendimiento de la institución y este nos aprobó un préstamo para la compra de un horno deshidratador eléctrico, una máquina selladora y empaques. Ya empezamos a hacer ensayos con estos implementos y esperamos pronto poder comercializar la mejor fruta deshidratada del mundo.
Y que estos fracasos productivos y este proyecto pedagógico demostrativo en funcionamiento en la sede sean un ejemplo para que los estudiantes creen otros proyectos productivos familiares, comunitarios e individuales que les permitan avanzar en la obtención del conocimiento y en crear empresa desde el hogar.
Y como dice el viejo y conocido refrán: quien aprende en sus caídas no se ha equivocado.