Alianza ERA

Educación Rural para Antioquia

De maestros para maestros

Carolina Torres Agudelo

Sede Monseñor Efrén Montoya, Institución Educativa Rural Felipe Henao Jaramillo

Uno de los autores que me encantan dice que “somos un mar de fueguitos”, y no podría estar más de acuerdo con él. Me identifico como una pequeña luz en estatura, pero inquieta y grande en su modo de arder. Desde mis procesos e ideas trato de avivar en quienes me rodean la posibilidad de experimentar la calidez que traen las flamas de la gratitud y el amor, porque creo que es todo lo que afortunadamente he recibido del universo, y me parece hermoso que todos podamos recibir una pizca de ello, por muy ambiciosa que suene esta empresa.

En este juego de intercambio de fulgores, conocí al Microcentro Rural de mi institución, colectivo que llegó sin esperarlo para iluminar mi camino como docente, y permitirnos brillar a los docentes de las sedes rurales. Gracias al Microcentro, como maestros hemos podido crear, crecer y soñar con la posibilidad de darles a nuestras propias y diversas comunidades aquellas riquezas que puedan deslumbrarlos no solo dentro de lo académico, sino también desde lo social, desde lo humano, y permitirnos a nosotros mismos fortificar un espacio soñado de maestros para maestros.

De maestros para maestros

En el mundo hay muchos tipos de maestros, tantos como conocimientos y experiencias hay en él. Hay maestros de música que son capaces de crear y dirigir las más bellas melodías al compás del movimiento de una batuta; hay maestros que, utilizando su ingenio y creatividad, transforman las palabras para construir los más dulces poemas o historias que nutren el alma; están aquellos que, apreciando el ritmo de la naturaleza, son capaces de apropiar sus dinámicas para desarrollar elementos tecnológicos. Naturaleza, maestra principal por encima de todo y de todos.

Los castores son unos maestros del mundo animal muy particulares que usaré para explicar esta vivencia y tratar de hacerle justicia a la maravillosa experiencia construida con mi colectivo: el Microcentro Rural.

Los castores se caracterizan por ser unos roedores muy trabajadores, y una de sus especialidades es la construcción de represas; puede que para algunos estas estructuras no sean tan grandes ni tan imponentes como los edificios que encontramos en las ciudades, pero gracias a su habilidad instintiva, a sus fuertes y prominentes dientes delanteros, sus patas y su cola escamada, son capaces de transformar el barro, la madera y las hierbas de su entorno en resistentes diques naturales que los ayudan a elevar los niveles de las aguas de los ríos para proteger sus madrigueras con entradas sumergidas y ocultas de los peligros del entorno. Además, ayudan a disminuir la erosión de los suelos y a reducir los niveles de los contaminantes procedentes de la agricultura, según estudios de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido.

Me gusta pensar que mis compañeros y yo trabajamos con una dinámica similar a la de los castores. Nos unimos para identificar en nuestros entornos dificultades ambientales, sociales y educativas, y, a partir de allí, construimos propuestas o proyectos para que nuestras comunidades y nosotros nos sintamos protegidos, entendidos y escuchados.

Proteger es un acto de amor, y el amor se decide y se construye día tras día. Puede que no siempre los planes de construcción resulten como queremos, o que no se materialicen desde el primer intento, pero el ideal de dar lo mejor se mantiene como norte. Con nuestras diversas experiencias, además de otros referentes o intervenciones como las que nos ha proporcionado Alianza ERA con su acompañamiento en nuestra institución, hemos podido, como los castores, encontrar el apoyo y el material para mantenernos en comunidad; hemos podido darle la forma que se necesita, poco a poco, según se ha requerido a través del tiempo.

Nuestro Microcentro Rural está conformado por un equipo docente que trabaja para darles lo mejor a los habitantes de las veredas del corregimiento de Buenos Aires, en el municipio de Andes; somos maestros con habilidades en múltiples áreas del conocimiento, las cuales nos han permitido modelar un refugio hecho a nuestra medida, donde podemos ser autónomos y responsables en nuestro quehacer conjunto. Este colectivo nos ha ayudado a entender y mitigar de forma colaborativa las dificultades de nuestro entorno, sin descuidar nuestro carácter sensible y alegre, que a veces se desdibuja un poco por los afanes de atender tantas obligaciones y prácticas rutinarias, hasta a veces hacernos olvidar que también somos humanos, que sentimos, que fallamos, que soñamos, y que podemos contar con nuestros compañeros, porque al encontrarnos recordamos que con el otro puedo crecer y me puedo complementar.

Hemos tenido algunas subidas en el nivel del agua que han amenazado la construcción de la represa por la que tanto hemos trabajado: por cambios de políticas u opiniones administrativas, se han disuelto poco a poco los microcentros, hasta tal punto que se han convertido en represas al borde de la extinción. Pero ¡a mal tiempo buena cara y con más ganas!, unidos le hemos apostado todo a mantener protegido nuestro santuario, ese lugar donde mes a mes nos encontramos con los compañeros de las sedes anexas dispersas para trabajar sintiéndonos tranquilos y seguros mientras escuchamos, construimos y nos permitimos ser.

Nuestra represa tiene la facultad de ser una muy versátil, ya que no está cimentada en un punto fijo. En cada sesión tratamos de reunirnos en una sede educativa diferente, y allí trabajamos para materializar proyectos que benefician nuestra labor pedagógica y comunitaria. Tratamos de entender un poco las dinámicas y vivencias de las sedes que nos acogen para que nuestras intervenciones se ajusten a sus necesidades, compartir la experiencia que afronta cada compañero al desplazarse a su lugar de trabajo, generando así empatía, y apoyar la creación de los centros de recursos de aprendizaje (CRA) o de materiales lúdicos para la sede anfitriona.

Además de esto, cumplimos con metas, como el diseño de un manual para llevar a cabo las escuelas de padres, la construcción y adaptación de guías de aprendizaje para nuestros estudiantes; buscamos asesorías y recursos que nos permitan atender a aquellos estudiantes con necesidades educativas especiales; hemos gestionado que nos capaciten en la atención y prevención de desastres en nuestras sedes, y nos permitimos soñar con hacer una pasantía en el departamento de Caldas para aprender más de sus docentes rurales, por mencionar solo algunas de nuestras acciones.

En estos encuentros nos hemos propuesto, además, celebrar las fechas que para nosotros son especiales; escaparnos, aunque sea por breves momentos, para realizar entre las jornadas algunas actividades que nos refresquen, que nos unan y nos recuerden que somos más que solo constructores, que a medida que cumplimos nuestra labor también podemos reír y oxigenar nuestras prácticas.

Estos pequeños escapes que diseñamos en nuestro dique móvil han sido valiosos porque nos han servido para unirnos y protegernos de los contaminantes externos que en algunas ocasiones han generado la erosión del suelo afectivo por la separación y distanciamiento entre compañeros, ya sea por el agotamiento laboral, ya sea por el desconocimiento interpersonal. La contención de estos agentes contaminantes en nuestras prácticas nos ha permitido replicar lo aprendido con nuestras comunidades, ser más conscientes de escuchar al otro y generar entornos más sanos y armónicos desde el reconocimiento de la importancia del ser.

Sería maravilloso que, así como nosotros, más docentes pudieran reclamar y construir este santuario de maestros para maestros en medio de sus aguas, el cual se convierte en un abanico de posibilidades de acción no solo para el beneficio comunitario, sino también para el beneficio de sus colegas; y, quién sabe, a lo mejor podremos construir una red de túneles que nos permitan a los maestros conocer y aportar en conjunto a otras represas y a otros castores.

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