Alianza ERA

Educación Rural para Antioquia

Avistadores de aves de la vereda

Tania Lizet Garzón Caratar

Sede Villa Silvia, Institución Educativa Uribe Gaviria

 

Un buen día sentí que bailar y mover mi cuerpo liberaba mi alma, un espíritu libre y emotivo, con alas enormes que no tienen miedo de salir de su nido. Comprendí que con una sonrisa hago de cada lugar mi hogar, reafirmando lo que mamá me enseñó: “El mundo es grande —dijo—, pero siempre hay un lugar especial para ti”. Con esta premisa, y con más sueños que equipaje, cuan gitana voy de un lugar a otro construyéndome y dejando mi ser. Me siento privilegiada, parte de todo, una pequeña gota en este inmenso mar. Con el fuego en mis venas y la alegría del carnaval, donde voy digo “no en vano se nace al pie de un volcán”.

Avistadores de aves de la vereda

Los árboles, con sus barbachas colgantes, con sus ramas, se inclinan formando un arco que indudablemente es la decoración de bienvenida, y que genera curiosidad y algo de incertidumbre frente a lo que está por venir.

La noche adorna este cuadro, donde sin saberlo acabo de encontrar un paraíso; desde la entrada del pueblo hasta el camino a la vereda me estremece, y ya imagino montar una bestia, caminar entre los cafetales y potreros, conocer los caminos y reconocer hasta los huecos de los enrielados.

Ser y conocer la vereda para comprender la forma de hablar, de moverse de mis estudiantes, a quienes les llama la atención mi acento y saben muy poco de mí, pero me hacen sentir como si desde hace tiempo me estuvieran esperando.

Así nace un amor y un sentimiento de gratitud por estas tierras de paisajes hermosos, amaneceres y atardeceres que cautivan, pero que parecen pasar desapercibidos, pues para mi sorpresa, y lejos de lo que creía, no todos lo ven, ya es algo tan común, y me pregunto si lo es. ¿Por qué prefieren estar mirando la televisión o el celular?

Pienso “aquí hay gato encerrado”, y de la manera más intensa empiezo a preguntar, a observar. Entre charla y charla con los padres y vecinos me entero de que no han subido al cerro Tusa, que no han visto el pueblo desde el mirador, que no han pasado un atardecer rosita en el Narciso, que no han mirado el serpenteo del Cauca desde lo alto de la montaña y que les tienen miedo a los animales silvestres, o simplemente no los quieren cerca a la casa porque hacen daño; es más, no conocen las veredas cercanas. Todo esto me lleva a pensar que no se valora lo que no se conoce, y por esto no se cuida.

Entonces, decidí meterme en la vaca loca, indagar y sistematizar, encontrar el punto de quiebre, donde estuviera lo que mueve a los estudiantes, a los padres, al municipio, y, pues…, estuve a punto de rendirme. Hasta el día en que reflexionando con los zapatos empantanados en medio de un potrero donde dicen que se aparece el diablo, un pajarito me iluminó, así tal cual, un pajarito me puso a pensar: “¿Y si paramos un ratico?, ¿y si nos dedicamos a observar los pajaritos?, ¿esto es lo que necesito?”.

Y como si el mismísimo Dios llegara a mí con ideas, educación ambiental, transversalización, ornitología, geografía, botánica, agropecuaria, un sinfín de conceptos desordenados, a mi cabeza, dije: “Esta fue. Salimos a caminar y reconocemos el territorio, hacemos silencio y nos escuchamos a nosotros mismos, trabajamos en equipo y aprendemos del otro”.

Por fin aclaré mis ideas: despertar la sensibilidad, expandir el concepto de educación ambiental, que no me hablen más de salvar el planeta como algo que hay que hacer por allá lejos; esta vez quiero partir del ser, del yo como parte de la Tierra, del yo como la Tierra misma, del yo con el otro y con la naturaleza. Una educación ambiental sentida, conociendo para coger cariño por este pedacito de paraíso.

Les conté mi idea a los pelaos, y con el mayor entusiasmo emprendimos este camino. Primera tarea, reconocer lo que ya tenemos para ver lo que nos falta, y, bueno, ¿cómo se cogen unos binoculares?, ¿qué es eso?, ¿por qué las aves son de tal o cual forma? Surgían preguntas como gotitas de lluvia que tomaban un cauce, una intención.

Fue entonces cuando emprendimos la marcha, y a madrugar se dijo, porque al que madruga Dios le ayuda; tempranito como los pajaritos iniciábamos recorrido, libreta en mano, la coca con la comida y el fresco no podían faltar. ¡Qué señores paisajes!, ¡qué días tan bonitos tuvimos!, ¡qué fotos y videos hicimos! Todos subiendo a sus estados la experiencia…, eran como aplausos para mí.

Los comentarios y la energía, terminar pidiendo seguir era la constante, preguntar cuándo se iba a repetir y camino al colegio contar las anécdotas que pasaron y volver a reír, sugerir más rutas, desde lo más bajo en altitud hasta lo más alto que podíamos llegar… Qué emoción tocar el corazón y ver tan motivados a mis muchachos sin el soborno de una calificación.

Al solicitar los permisos y el transporte mientras planeaba los detalles, nunca imaginé encontrar más que biodiversidad; pudimos comparar la fauna cautiva con la que está libre y reflexionar sobre prácticas como tener una mascota silvestre. Se iban las jornadas como arena entre los dedos. Definitivamente, cuando se disfruta, no se mide el tiempo.

Y lo logramos: atraer la mirada a la escuela, en cada salida más y más personas interesadas en el tema, la gente salía a saludar, a mirar lo que hacíamos con los binoculares, y estudiantes de otras sedes y otros grados preguntando cuándo les iba a tocar, soñar con la expansión del proyecto, y, por qué no, verlo como una idea de negocio. Las aves despiertan amor y pasión hacia ellas; con razón el avistamiento de aves es una actividad económica que cada vez toma más fuerza; esta nos permitió descubrir la riqueza de nuestro territorio, hablar de conservación como algo necesario y observar detalladamente.

Qué satisfacción cuando desde el Municipio miraron nuestra vereda con otros ojos y nos pidieron continuar la experiencia. Consolidar el semillero de avistamiento de aves, realizar carteles informativos para la comunidad, elaborar un listado de aves de Venecia…: muchas tareas por hacer y todas las ganas de continuar.

Al mirar atrás es inevitable dibujar una sonrisa y pensar: “Lo mismo podemos hacer con otros animales, lo importante es que cada uno encuentre su interés; lo necesario es abrir espacios de reflexión que nos emocionen y nos hagan latir el corazón… Al fin, cada loco con su tema”.

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