Alianza ERA

Educación Rural para Antioquia

Descubriendo, haciendo, voy aprendiendo: mi viaje como educador

Ubeimar Alonso Guerra Higuita

Sede Aguas Chiquitas, Institución Educativa Rural Valentina Figueroa Rueda

En el corazón de una maravillosa comunidad rural, en los campos del conocimiento, donde sus raíces se entrelazan con el saber, encontramos ese maestro rural, un artista de la enseñanza que, con su voz fuerte como el murmullo de los ríos y los animales que adornan su colorido valle rodeado de montañas, y sus manos laboriosas, ha tejido un tapiz de aprendizajes, transformando su aula en un laboratorio, cultivando habilidades llenas de amor, pasión y entrega. El profesor Ubeimar Alonso, en el aula, ha cosechado frutos de sabiduría y esperanza con pequeñas semillas germinadas en el corazón de sus estudiantes. Este maestro es un alquimista de la educación que, con su exigencia y dedicación, ha convertido la tierra en un libro y la escuela en una gran lección.

Descubriendo, haciendo, voy aprendiendo: mi viaje como educador

En el corazón de una tierra rodeada de montañas que besan el sol al amanecer, encontramos en un pequeño valle una escuela rural, alejada del bullicio y del caos, sin problemas de interferencia para dar clases o trabajar en la huerta escolar.

Es aquí, alejados de todo, en este lugar de la tierra en el cual el silencio se llena con el eco de risas infantiles y el susurro de las hojas de los árboles agitadas por el viento, donde se gestan en el aula espacios de práctica enraizados a la vida cotidiana de mis estudiantes, buscando innovar y trascender en el tiempo.

Mi escuela está rodeada de campos fértiles, donde el verde de las plantas se mezcla con el color claro de los arroyos. Es un espacio mágico donde florece el espíritu del aprendizaje y la creatividad. ¡Cómo olvidar cada mañana la sonrisa y los abrazos que recibo de los estudiantes en la huerta escolar con sus manos embarradas por desyerbar las zanahorias, las cebollas, el fríjol y el café!

Una de mis primeras lecciones hace referencia al amor por el campo, el cual me permitió realizar una serie de cuestionamientos planteados desde la necesidad del contexto. Como docente he buscado que los estudiantes pongan en práctica sus conocimientos partiendo desde la experimentación, el trabajo en equipo, la investigación y el desarrollo de la creatividad, donde la educación los embarque en una aventura de aprendizaje sin precedentes.

De manera conjunta con los padres de familia pude identificar un lugar lleno de riqueza, pero rodeado de un sinfín de hierbas y arbustos que impedían comenzar con nuestro laboratorio natural. Para esto propuse momentos de integración, y, en compañía de padres de familia y estudiantes, dimos inicio a una aventura cargada de ilusiones, momentos difíciles, poca motivación y un compromiso con el desarrollo de la propuesta, en su momento compleja de entender. Allí aprendimos a limpiar y a preparar la tierra, a cavar surcos y sembrar semillas con nuestras propias manos. Cada golpe de la pala y el azadón, cada semilla que caía en la majestuosa tierra eran lecciones de paciencia y de motivación, y que, con el pasar de los días, al verlas germinar, nos permitieron entender que desde el hacer podemos aprender.

Desde la interdisciplinariedad de las áreas del conocimiento abordamos la siembra del lulo, el maíz, el café, el fríjol y las hortalizas, y cada una de las plantas en su proceso de crecimiento desarrolló en los estudiantes y en los padres de familia mayor sentido de pertenencia. Es así como este lugar de encuentro ha fortalecido los lazos de amistad, el trabajo en equipo, el amor y la conservación de la naturaleza, entendiendo que el fruto cosechado forma parte del esfuerzo y la dedicación. Cómo olvidar cuando la señora Teresa me dijo: “Profe, jamás me imaginé verlo voleando azadón y fumigando con nosotros. Nunca en la vida habíamos tenido un profesor berraco y motivador como usted”. Palabras que en su momento me llenaron de orgullo.

Pero el aprendizaje no se quedó solo en la siembra y el cultivo de estos productos. Como docente me propuse implementar una metodología de enseñanza basada en proyectos, integrando diferentes áreas del conocimiento que permitieran contextualizar los contenidos y aprender de manera autónoma. Los estudiantes, desde las matemáticas, pudieron contar, observar, deducir e identificar aspectos relevantes que a la hora de argumentar pudieran explicar desde las gráficas. Cómo olvidar ese instante en el cual la ubicación de nuestra huerta fue el momento esencial para dar a conocer los puntos cardinales, que se enseñan en segundo grado escolar. Las ciencias naturales se hicieron presentes al observar el ciclo de vida de las plantas, su color, forma y tamaño.

Cada día nuestra aula se convertía en un laboratorio de la naturaleza, donde experimentamos, elaboramos abono orgánico y aprendimos a valorar cada elemento que el entorno natural nos provee y que podemos reutilizar. Desde el área de lenguaje, los estudiantes, partiendo de la lectura del contexto, han desarrollado habilidades de lectura y escritura que desde la narrativa les han ayudado a mejorar la ortografía, la producción textual, la interpretación de situaciones problema y la búsqueda de soluciones a todos aquellos cuestionamientos presentados en clase.

Recuerdo con cariño cuando una estudiante del grado primero me dijo: “Profe, no me gusta que mi mamá me dé cebolla en las ensaladas, pero los alimentos del restaurante escolar, con los productos de nuestra huerta, saben más rico, y por eso siempre me voy a comer todas esas cebollas”.

Mi experiencia pedagógica en el aula de clase ha sido un espacio en el cual los estudiantes han aprendido a valorar su entorno. Qué rico fue observar cuando las cebollas frescas, el cilantro y la lechuga completaron las minutas del programa de alimentación escolar. No obstante, este camino no estuvo exento de desafíos: aprendimos a lidiar con la inclemencia del clima, a enfrentar plagas inesperadas y a superar obstáculos con resiliencia y creatividad. Cada desafío se convirtió en una oportunidad de crecimiento e investigación. Y, asimismo, en la escuela de padres compartimos experiencias, risas y palabras de aliento.

Como decía mi padre, “la educación de hoy es el futuro de mañana”. Es por esto que la propuesta pedagógica siempre estuvo direccionada hacia el fortalecimiento de proyectos de vida que generen en los estudiantes interés por el campo, por su formación personal y profesional, permitiendo abordar habilidades para la vida.

En mi experiencia como maestro pude identificar que la propuesta pedagógica no solo transformó mi vida, sino también la de los estudiantes y padres de familia. La comunidad se unió en torno a la idea de que la educación podía ser una herramienta para el cambio y el progreso. La escuela se convirtió en un centro de actividad académica donde los estudiantes, desde el pensamiento reflexivo, la planeación y la relación con las TIC, hicieron videos educativos explicando temáticas que quizás para los receptores eran importantes. Concluyo diciendo que esta experiencia nos enseñó que el conocimiento no se limita a las páginas de los libros, sino que asimismo está en la tierra que cultivamos, en los animales y en el trabajo que ejecutamos.

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