Sede Villa Amparo, Institución Educativa San José del Citará
Sede Villa Amparo, Institución Educativa San José del Citará
Nací en Jericó, tierra santa donde aprendí a valorar la tradición y la fe. En Andes, Capital Comercial del Suroeste, encontré mi crecimiento profesional; tierra fértil, donde coseché los frutos del conocimiento. Encontré mi hogar en Ciudad Bolívar, cuna de arrieros, en medio de paisajes majestuosos y la cultura viva del campo.
De mi madre heredé la sabiduría y el amor por la pedagogía, me inculcó la importancia de ser guía para otros, de sembrar semillas de sabiduría en mis estudiantes. Soy el resultado de un viaje lleno de aprendizaje y crecimiento. Soy una maestra, una sembradora de sueños y una defensora de condiciones dignas educativas. Soy un reflejo de mi tierra y de su espíritu luchador. Soy el Suroeste antioqueño en cada palabra, en cada gesto y en cada acción.
Con el primer canto de los gallos y el silbido de los pájaros abren sus ojos. A veces el clima no está a favor: días de mucho sol, otros de lluvia, cañadas que se desbordan. Lomas sin fin, pantaneros y desechos que acortan caminos forman parte de la aventura que emprenden día a día los estudiantes de posprimaria rural de la sede Villa Amparo.
“Profe, no se mate con esos estudiantes que de ahí no van a salir” fueron las palabras que me recibieron hace más de media década, cuando llegué a inspirar a los niños a aprender. Al transcurrir varios días, y luego de un arduo trabajo en proyectos de vida, en identificación y caracterización de las habilidades de cada estudiante, me encontré con grandes mentes sedientas de conocimiento, con nativos digitales en una búsqueda incierta. Fue ahí donde la tecnología surgió como estrategia para implementar de forma divertida y práctica las competencias básicas de cada estudiante mediante la construcción del conocimiento colectivo desde la narrativa, el juego y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como gran vehículo transformador de la educación.
Seguramente has escuchado sobre el juego Farmville, ese que es una granja en la que recibes incentivos por cosechas y cuidados. En la escuela Villa Amparo, nuestro segundo hogar (donde no contamos con internet ni señal de celular), decidimos hacer realidad este juego, convertir lo virtual en algo tangible como una forma de gamificar el aula y proveer espacios de aprendizaje significativos.
Hicimos un reconocimiento del territorio, de los tipos de suelo, de lo que se cultiva en la vereda, y, sobre todo, identificamos en la huerta escolar, entre ensayo y error, qué productos son fructíferos y cuáles no. En la distribución de roles, los escolares reconocieron sus propias habilidades, se agruparon para dar inicio a la ejecución del proyecto: “Profe, yo traigo abono”, “profe, yo presto las herramientas”, “profe, él y yo picamos la tierra”, “profe, nosotros traemos las guaduas para hacer la era de las hortalizas”; y así fueron desarrollando un trabajo en equipo que los llevó a ser el centro del aprendizaje mediante la construcción del conocimiento colectivo.
Nuestra huerta se convirtió en un escenario lúdico donde exploramos las matemáticas al realizar conversiones de medida para calcular la cantidad de agua necesaria para riego y el peso de nuestras cosechas. Aplicamos reglas de tres que nos revelaron el tiempo de crecimiento de las plantas, desvelamos sus secretos internos y los organismos que habitan en el suelo y las benefician. Nos sumergimos en el mundo de los nutrientes y los elementos de la materia explorando las transformaciones químicas y físicas que ocurren en la naturaleza. Las experiencias se transformaron en obras de arte que fueron plasmadas en cada cuaderno, acompañadas de narrativas escritas y digitales. Esto es solo un pequeño reflejo de la riqueza que encontramos al tejer conexiones interdisciplinarias en nuestra huerta.
“¡Profe! Profe, llenemos toda la huerta de maíz”; “profe, profe, ¡sembremos yuca!”; “profe, hagamos la bebida energética yufé (jugo de yuca con café)”; “hagamos arepas de chócolo orgánicas, ¡las mejores del pueblo!”; “vendamos el cilantro”. Estos son algunos de los grandes resultados y aportes que nos ha dejado la lluvia de ideas para transformar la materia prima y darle valor agregado. Además, hemos podido disfrutar de un cremoso y delicioso yufé acompañado con tortas de chócolo orgánicas elaboradas por las madres de ellos, y generado un diálogo de saberes y permitido que el conocimiento de la comunidad se aplique a los procesos del aula.
Bajo el manto de la innovación se despliega una propuesta que parece tejida con hilos mágicos: la gamificación de la huerta. En esta danza lúdica, los proyectos pedagógicos productivos (PPP) se convierten en faros que iluminan el camino hacia la autosostenibilidad.
Aquí la formación es un viaje de autodescubrimiento que forja estudiantes que trascienden las fronteras de la dependencia. Emergen líderes de mente inquieta y corazón valiente, imbuidos de una motivación inextinguible. Son capaces de nutrir no solo su propio crecimiento, sino también de derramar su sabiduría en los campos de una vereda entera y en los corazones de la sociedad.
En esta danza mágica del conocimiento la escuela y la comunidad se abrazan entrelazando sus destinos. Cada sonrisa, cada cosecha, cada lección aprendida se convierte en un hilo invisible que une a todos.
Los estudiantes de primaria, a cargo de la maestra Rosmira Palacios Palacios, con el acompañamiento de sus grupos familiares y guiados por el valioso material pedagógico de la Alianza ERA, están presentes en el proceso de transformación, siembran en el germinador, hacen recetas y plasman en bitácoras. Además, con sus rostros iluminados por la pantalla grande, los más pequeños conocen las producciones audiovisuales cuidadosamente elaboradas por los estudiantes de posprimaria, quienes emplean sus celulares como herramientas creativas que dan muestra de las experiencias adquiridas en diversas áreas como procesos que nutren nuestro aprendizaje y promueven el uso responsable de las TIC.
La aplicación Shareit se convierte en una aliada indispensable para transferir archivos de considerable tamaño, facilitando así el intercambio de conocimientos. Asimismo, exploramos aplicaciones como Capcut, donde los estudiantes dan vida a sus obras maestras, con las que expresan sus habilidades comunicativas y evidencian su crecimiento personal. En esta simbiosis de enseñanza y tecnología construimos puentes que unen generaciones y destinos, mientras fomentamos un ambiente de aprendizaje humano y enriquecedor.
En Villa Amparo cada día conectamos; los dispositivos y la tecnología son nuestros aliados como vehículo transformador de la educación. Como docentes debemos avanzar, actualizarnos y fusionar nuestros anhelos con los de nuestros estudiantes. Juntos exploramos el vasto universo del aprendizaje que transforma a la ruralidad. Como dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. En este viaje de descubrimiento, nuestras mentes y corazones se fusionan forjando un camino iluminado por el conocimiento y la esperanza. En cada lección, en cada sonrisa, en cada logro encontramos la inspiración para seguir adelante construyendo un mundo donde las posibilidades son infinitas. Nuestra pasión por la educación y el deseo de un futuro mejor nos guían, e implementamos una nueva forma de enseñanza y aprendizaje que deja una huella imborrable en el corazón de nuestros estudiantes y en nuestra nación.
Entrego al alcance de mis compañeros visionarios y de aquellas inquietas almas que anhelen forjar un proyecto con sus propias manos el enigmático código QR, un misterioso portal donde resplandecen las herramientas digitales, chispas de ingenio y una guía maestra, tejida con hilos de sabiduría y que traza el camino para convertir sueños en realidades palpables.