Alianza ERA

Educación Rural para Antioquia

El viaje comienza con el primer porqué

Snick Factory David Borja

Sede La Esmeralda, Institución Educativa Rural Piedras Blancas

Soy un paisa del occidente, tierra de arrieros y labriegos, de un amanecer de gallos y un bambuco solariego. Soy de tierra y de rocío, algo así como un café recién trillado y una mazamorra acabada de pilar. Soy la historia que un anciano cuenta a sus nietos, junto a una fogata nocturna para espantar mosquitos; la cosecha abundante de un maizal terminando mayo, festejada bajo la sombrita de un mango al son de un guarapo bien helado. Soy un avioncito de papel que trasciende fronteras, un niñito con preguntas deseando ser resultas. Soy cuentero y trovador, por herencia soñador y docente por devoción. Soy el que soy, o el que quiera usted, pero soy… Soy y seré.

El viaje comienza con el primer porqué

“El olvidado asombro de estar vivos”, así llamó Octavio Paz en su poema “Piedra de sol” al momento en que los seres humanos perdemos nuestra capacidad de asombro, aquella hermosa habilidad que nos permite maravillarnos con las cosas más pequeñas y triviales, con la belleza de la existencia misma, recordándonos lo efímera pero intensa que puede llegar a ser la vida.

Cierto día de marzo emprendí un viaje lleno de expectativa y emoción. Mi llegada al Urabá antioqueño fue una experiencia sin igual. En un morral traía la ropa que alcancé a empacar por la prisa y, en el otro, una cantidad de vivencias y relatos prestados: historias de familiares, amigos y conocidos que narraban leyendas sobre un territorio de sol y mar, cubierto de tinieblas y sangre, un lugar paradisiaco pero misterioso, cargado de violencia. Sin embargo, nada más fuera de la realidad. Realmente hay que darse la oportunidad para maravillarse y dejarse cautivar por la diversidad cultural y gastronómica, la alegría rebosante y el abrazo fraternal de una región resiliente y renaciente.

Al llegar a la vereda La Esmeralda comenzaría uno de los más profundos encuentros con mi vocación docente y con ese niño asustado y cohibido que alguna vez habitó en mí. Empecé cargado de estrategias lúdicas y recursos didácticos para construir grandes aprendizajes junto a mis estudiantes, pero grande fue mi sorpresa cuando veía que uno a uno se quedaban perplejos y vacilantes cada que hacía una pregunta, pedía una opinión o los alentaba a participar en alguna dinámica o a expresar alguna idea. Esta situación se repitió lo suficiente como para darme cuenta de que algo estaba pasando. Cierto día decidí tomar acción ante esta situación y, por jocosidad, comencé a afirmar como verdades absolutas situaciones sin sentido, que fácilmente todos podrían refutar. Grande fue mi asombro al ver que todos aceptaban como real y verídico lo que con certeza sabían era erróneo, y fue allí cuando los confronté para proponerles el primer porqué.

—Chicos, si ustedes saben que este salón no tiene forma circular, que las paredes no son de madera y que el techo no es de plástico, como acabo de decirlo, ¿por qué lo aceptan en silencio y lo escriben en sus cuadernos?

Un silencio sepulcral cubrió el aula de clases, mientras todos se miraban sin saber qué decir, con la respuesta en la punta de la lengua, pero sin el valor para comunicarla. Luego de un rato, una niña levantó su mano para pedir la palabra (esto sí que era un avance) y lo que dijo fue el punto de partida para todo este proceso:

—Es que usted es el profesor y lo que usted diga es así. Uno simplemente escucha y escribe.

Otro día les pedí salir a contemplar con detenimiento el árbol de pomas que se encontraba plantado en el patio, un gigante majestuoso que había visto pasar varias generaciones y en torno al cual jugaban cada día en el descanso. Lo único que les pedí fue que formularan todas las preguntas que se les ocurrieran sobre aquel árbol, sin respuestas, solo preguntas, dudas o curiosidades que surgieran. Después de un rato les pedí que me entregaran sus hojas y, entre veintisiete personitas que había presentes, solo obtuvimos cuatro preguntas y un montón de hojas en blanco.

Así comenzó la aventura de fomentar en ellos la autonomía, el liderazgo y el pensamiento crítico, para que florecieran esos seres propositivos y participativos que guardaban en su interior, capaces de cuestionar su existencia, de ir más allá de lo superficial y de buscar sin ataduras los porqué, cómo, cuándo y dónde que tanto querían gritar. Era oportuno darles así valor y significado a sus ideas, a sus palabras, expresarlas libremente y por medio de su carácter; mejorar las habilidades sociales y el sentido de pertenencia para impactar positivamente su realidad y construir un nuevo tejido social.

Con este propósito empezamos a crear iniciativas como el Pregúntelo sin Pena, un buzón donde podrían dejar de forma anónima preguntas que tuvieran para socializarlas con los demás compañeros y entre todos construir una respuesta a ese interrogante que ahora se volvía colectivo. Asimismo, creamos comités de trabajo, a los que se asignaron funciones para el óptimo desarrollo y organización de la sede, con líderes autónomos, impulsados positivamente desde su reconocimiento y autoconcepto, ya fortalecidos en sus habilidades y estrategias para tomar decisiones importantes junto a sus equipos de trabajo. Con la estrategia Clases para el Profe, que siguió la dinámica de las actividades de conjunto, eran ellos quienes preparaban, desarrollaban y evaluaban ocasionalmente alguna clase, en la cual el docente pasaba a ser un estudiante dispuesto a arrastrarse por el suelo con ellos y cumplir el más vergonzoso de los retos si así lo planteaba la actividad, a fin de eliminar poco a poco esa imagen sacra del docente todopoderoso y convertirla en lo que ellos ahora veían: alguien en quien confiar, con quien compartir y que estaba a su altura.

Debo confesar que uno de los más grandes retos eran los padres de familia, acostumbrados a una metodología en la que el docente instruye y el estudiante obedece en silencio, donde el nivel de aprendizaje de un estudiante era medido por la cantidad de cartillas que pudiera transcribir en un año y donde el pan de cada día eran frases como estas:

—¡A qué están yendo esos muchachos a la escuela, si no escriben prácticamente nada!

—No van sino a brincar y cantar todo el día.

—Ese profesor no les pone mano dura.

Con tenacidad comencé también con las escuelas de padres, donde con tiempo y dedicación pude transformar ese imaginario y vincularlos de forma activa con el proceso educativo de sus hijos. Ahora participaban de las clases, se gozaban las dinámicas y se iban maravillados con todos los aprendizajes que adquirían no del docente, sino de sus hijos y de los hijos de sus vecinos.

Hoy, el padre de familia puede ver al niño tímido que no hablaba a principio de año haciendo trovas; a esa niña que siempre estaba triste llena de emoción recitando uno de sus poemas; a niños de todos los grados discutiendo sobre los movimientos de la Tierra, los cuerpos celestes, el código genético y la clorofila, o cualquier otro tema que pudiera parecer avanzado para su edad, pero que refleja esa curiosidad intrínseca alimentada por el fuego de un porqué frente a temas que para ellos despiertan interés genuino.

Ver a la comunidad aplaudir al grupito del desorden presentando con la mayor disciplina y alegría una obra de teatro, o a esa chica en extraedad a la que siempre le habían dicho “es que usted no sirve para estudiar, sálgase mejor, usted no aprende” ahora elegida gobernadora escolar, líder de varios procesos culturales y apoyo fundamental para sus compañeros.

Profe, a usted que se tomó el tiempo de leer esta experiencia lo invito a abrazarse, a reconocer el valor de su labor y a darle a su práctica educativa la importancia que merece. No siempre será fácil, no siempre podremos hacer todo lo que deseamos ni saldrá como queremos. Habrá cosas que no estarán bajo nuestro control y en ocasiones no contaremos con el apoyo y el reconocimiento que merecemos, pero le aseguro que allí, en su proceso, hay muchas lucecitas temerosas, enfrentándose a un mundo completamente nuevo y desconocido, y lo único que necesitan es esa voz amiga que tome su mano y les diga: “Puedes lograr todo lo que te propongas, solo no dejes de soñar”.

Agradece y valora cada aprendizaje que irás adquiriendo. Te invito a atesorar los momentos valiosos, las risas y el cansancio, a detenerte cuando sea necesario para respirar y maravillarte con lo hermoso que es el universo, porque, como dice aquel viejo refrán, las gracias y el buen trato valen mucho, y cuestan barato.

Contenidos relacionados

Compartir