Sede Administrativa Primaria, Institución Educativa Rural Piedras Blancas
Sede Administrativa Primaria, Institución Educativa Rural Piedras Blancas
Nací en Jericó, Antioquia, la Atenas del Suroeste, pueblo mágico salido como de un cuento de hadas, arraigado a sus costumbres e historia, lleno de gente amable, carismática, pujante, cálida y echada para adelante.
Desde pequeño me caractericé por ser alegre, divertido y, como decimos los paisas, plaga. Esto me facilitó mucho la interacción con todos y con todo. Entré a muchos grupos extraclase a lo largo de mi infancia: danza, deportes, banda marcial, pintura, teatro, grupo juvenil; sin querer, todas estas actividades me fueron formando y moldeando, llenándome de capacidades y aptitudes para la profesión y labor que Dios y la vida me tenían preparada, pues, como bien se sabe, los maestros dentro de nuestra escuela somos detoditos.
Llegar a un nuevo lugar, que por demás está tildado como zona violenta, no es tan difícil como pensaba. Te puedes encontrar con personas humildes y nobles que te van a recibir de buena manera; además, no es malo que la vida te sacuda y salgas o te saquen de tu zona de confort.
Esto me pasó este año, cuando con sorpresa debí cambiar la comodidad de la ciudad, donde llevaba cinco años siendo docente en el barrio Robledo, para emprender mi primera experiencia en una escuela rural del municipio de Carepa, en el corregimiento de Piedras Blancas.
Los grandes pensadores y pedagogos nos han hablado de las etapas del desarrollo que se deben ir cumpliendo en determinadas edades. Siempre entendí que la edad apropiada para que los niños estén en el grado primero es siete años, pues ahí alcanzan el desarrollo para que su cuerpo y mente puedan aprender ciertos conocimientos.
Tengo a mi cargo los grados primero y segundo en la escuela de Piedras Blancas. Estos niños, en su mayoría, tienen cinco o seis años en primero, y seis o siete en segundo, porque las familias aprovechan la ley para escolarizarlos con cuatro años o a punto de cumplir cinco, siendo esta edad no propicia para asumir todos los nuevos retos y aprendizajes que traen sus primeros años de escuela. Al tener estas edades y estar en estos grados, necesitan fortalecer habilidades que son necesarias para toda la vida escolar y para la vida en general: orden, fuerza en sus trazos tanto para escribir como para colorear, uso del renglón y el espacio, manejo de elementos como tijeras, regla y pegante, habilidades relacionadas con la motricidad fina; además, fortalecer su coordinación, lateralidad, espacialidad y agarres, habilidades asociadas con la motricidad gruesa.
Al evidenciar esto inicié el proyecto “Creando y jugando mi motricidad voy afinando”, que tiene la intención de fortalecer en los niños y niñas las motricidades fina y gruesa con actividades artísticas, manuales, lúdicas y didácticas, además de mejorar concentración, trabajo en equipo, autonomía, y hacer de la escuela un lugar en el que se sientan cómodos y felices creando, jugando y aprendiendo, y dándole vida al conocido refrán hecho a mano es sinónimo de hecho con el corazón.
Me enfoqué en las áreas de educación física y artística, transverzalizándolas con las demás asignaturas, porque considero que son los pilares del proyecto. Realizamos actividades como rasgar y recortar papel; moldear, esparcir y amasar plastilina; pintar y colorear y usar herramientas como tijeras y regla. También dinamizamos recursos del CRA como chaquiras, pinzas, jaboneras, pimpones, crayolas, fichas didácticas, libros, estrellas multiplicadoras, aros, cuerdas y balones. A pesar de no ser nada salido de lo ordinario, ha generado un impacto positivo en el fortalecimiento de habilidades de los estudiantes, en su motivación y disfrute por la vida escolar.
María Montessori decía “lo que la mano hace la mente lo recuerda”. Por esto los niños recuerdan cada una de las actividades que llevamos a cabo dentro y fuera del aula, en cualquiera de las áreas del conocimiento, y las asumen como aprendizajes significativos que perduran en sus memorias.
Hace unos meses tomamos todo un día de clase para que los estudiantes crearan maquetas del relieve colombiano. Para ello, cada niño tenía un rol establecido en el equipo al que pertenecía para facilitar el desarrollo de la actividad. Los estudiantes rasgaron papel, mezclaron engrudo, cortaron cartón y pintaron; cada grupo se encargó de la creación de una maqueta. Al finalizar el día, una niña me entregó una carta. (Es costumbre en los niños que en un pequeño trozo de papel arrugado o sucio escriban palabras de cariño, reconocimiento o agradecimiento). La carta tenía un dibujo de ella y yo cogidos de la mano, y la decoración eran todos los relieves trabajados en la maqueta con su respectivo nombre. Recuerdo la emoción y nostalgia que me dio ver reflejado en ese papel la satisfacción de que hubiera quedado interiorizada la temática trabajada.
Para los profes, normalmente las experiencias que día a día tenemos en nuestras aulas no son algo que debamos mostrar o exaltar, por ser cotidianas; sin embargo, las expresiones de mis niños y palabras como “profe, tú haces las mejores actividades del mundo” o “profe, todas las actividades que traes son muy buenas” llenan el alma y el corazón de felicidad, y son el indicador más importante de que la labor se está haciendo bien y con amor. Si ellos con su inocencia pueden darles valor y compartir con otros las actividades, nosotros como docentes tenemos también la responsabilidad de hacerlo como una alternativa para continuar autocapacitándonos y encendiendo la luz interior que a veces se apaga por la monotonía de la cotidianidad.
Durante el desarrollo de esta experiencia ha sido muy grato ver como los niños han podido soltarse más en los espacios escolares, tienen más confianza en sí mismos, han dejado de lado la timidez, trabajan en equipo, son propositivos y se han apropiado de su proceso de aprendizaje, siendo ellos los protagonistas. Por otra parte, la motricidad fina y la gruesa se han fortalecido gracias a las actividades que trabajamos cada día, las cuales, a pesar de ser sencillas y comunes, les ayudan a crecer y potenciar sus destrezas y habilidades.
Sueño con poder llevar este proyecto a un espacio extraclase en el que no solo se beneficien los niños de primero y segundo, sino que llegue a todos los estudiantes de la sede y sus familias, pues podrían acompañar a sus niños, aprender y enseñar saberes y habilidades. Alguna vez en mi formación docente una gran profesora me enseñó un verso con movimientos de manos. Con él normalmente cerramos todos los días de clase y los procesos de enseñanza-aprendizaje dentro de mi salón, y creo que esta es la mejor manera de cerrar esta experiencia y darles las gracias por leerla.
Llevo mis manos al cielo,
cojo la estrella más grande,
la llevo a mi corazón,
pongo mis manos en oración,
fuerte como la roca,
transparente como el cristal,
pura como el agua,
así será mi alma.
Hemos trabajado con amor
y alegres nos despedimos.