Sede Corinto, Centro Educativo Rural Luis Felipe Restrepo Herrera
Sede Corinto, Centro Educativo Rural Luis Felipe Restrepo Herrera
Me identifico como una docente apasionada por el trabajo en comunidad, promotora de valores en la familia y en el aula. Veo en la educación una aventura emocionante, pero, a la vez, muy exigente, que nos obliga a diario a reinventarnos, y que al final nos prueba que, desde nuestras escuelas, también estamos en capacidad de transformar mentes tocando corazones. Les apuesto al trabajo colaborativo, a la investigación, a las ideas innovadoras; confío en que todo suceso dejará en nosotros una experiencia, y, en esta labor tan bonita, la mayor parte de ellas serán maravillosas.
Quien comparó la vida con una aventura acertó. Nuestro paso por este mundo está lleno de senderos: algunos dejarán huella en nuestro cuerpo y otros marcarán nuestros corazones.
Un día llegué allí. Me encontraba en un municipio de Antioquia del que nunca había escuchado, en un lugar que nunca había imaginado. En un pequeño comedor que servía para compartir saberes, las voces y las risas armonizaban. Era una posprimaria, como tantas otras, con muchas necesidades.
Miradas tímidas detallaban mi presencia en el lugar; otros, en cambio, más decididos, me daban la bienvenida y me invitaban a sentarme cerca. Mientras hablaba con este grupo de chicos tan agradables, en mi mente aparecían muchos interrogantes: ¿estaré en el lugar correcto?, ¿tomé una buena decisión al cambiar mi zona de confort por este lugar?, ¿será que soy capaz con este desafío? Pero a medida que ellos iban contando sus historias de vida, los interrogantes encontraban respuestas. El destino me estaba dando la oportunidad de demostrar de qué estaba hecha.
Escuchar historias como “no puedo comprar un cuaderno porque mi papá no tiene trabajo, la cosecha aún no comienza”, “la próxima semana no podré venir a estudiar porque tengo que ir a coger café para ayudar en mi casa”, “la cosecha está muy mala y posiblemente, junto a mis hermanitos, tengamos que dejar la escuela porque mi familia buscará trabajo en otro municipio”. Todo esto se convirtió en el combustible que necesitaba mi motor para comenzar a abrir caminos en senderos boscosos.
La hora de ponerme los zapatos más cómodos y agarrar camino había llegado; pero era necesario llevar compañía, ya que los senderos eran muy solos y quizá peligrosos, así que decidí hacerles la invitación a esos 17 jóvenes que me recibieron. Eran de grado noveno, décimo y once, y les propuse caminar conmigo, que iniciáramos juntos una aventura que nos dejaría recuerdos maravillosos.
Era importante que el grupo de expedicionarios que iniciaba se mantuviera. En un principio parecía difícil: los caminantes, bajo la orientación de su guía, se sentían confundidos (quizá acostumbrados a vagar por lugares que de forma individual escogían), y se dificultaba el trabajo en equipo, no gustaban los llamados de atención. Sin embargo, esto no fue obstáculo, la frase emblema de nuestro grupo era “Todos los días se aprende algo nuevo y todo sacrificio trae consigo una recompensa”. Habíamos iniciado con un propósito para muchos, quizá, sencillo, pero, para nosotros, desafiante: aprender a querernos, cuidarnos y respetarnos entre nosotros. Para ello propuse organizar una venta de dulces en el aula. La finalidad era recoger algunos fondos para celebrar la vida de cada uno de nosotros en los cumpleaños, fechas que solían pasar desapercibidas, ya que en sus casas hasta de eso se olvidaban. Este propósito resultó ser un detonante de alegría, orgullo y motivación para este grupo de jóvenes, quienes, cuando era su día, ya sabían que, aunque en casa quizá lo hubieran olvidado, en la escuela no, porque la torta, las cartas y las palabras de sus compañeros se hacían sentir. Así, los lazos de afecto se fueron fortaleciendo.
Sin imaginarlo, un acontecimiento sin precedentes llegó a cambiar la tranquilidad de la humanidad, una partícula microscópica que nos puso la vida patas arriba. Sí, el COVID-19. Un evento que llegó para torturarnos, nos encerró, nos prohibió los besos, los abrazos, las reuniones. Nos obligó a transmitir y demostrar sentimientos sin utilizar el contacto. ¿Y entonces? Desde el encierro…, ¿cómo íbamos a hacer para seguir nuestro camino? Los caminantes, preocupados, se preguntaban. ¿Se perdió todo lo que habíamos hecho?, ¿ya no volveremos a ver a nuestra guía? Lo que no sabían era que yo también los extrañaba y que me preocupaba la situación; mas, como es bien conocido, todos tenemos un ángel que nos guarda, y nosotros teníamos uno propio que nos permitió encontrar una lámpara mágica, con un genio que fue bautizado con el nombre Fundación Secretos para contar, la cual nos regaló un tesoro, Larutanatural, que con actividades nos invitaba a explorar la vereda, indagar con los abuelos, conocer sobre la economía de la región y hacer recetas, y estas actividades, orientadas por mí, se convertían en una herramienta. Quien tocaba esta herramienta recibía un poder.
El poder que adquirieron estos chicos fue el de las manos transformadoras. Lo que tocaban con amor lo transformaban en sabor. Las naranjas las convertían en ricos dulces, las guayabas en mermelada, los plátanos en patacones y los maduros en empanadas. Yo, que marcaba el norte de este grupo, estaba muy asombrada, les exaltaba cada cosa que hacían y los motivaba a seguir.
De repente, en toda esta travesía aparecieron dos guías más, se encontraron, saludaron y entablaron diálogo. ¡Qué casualidad!: también lideraban la aventura de otras dos posprimarias en entornos similares. Caminaban con una serie de herramientas que les permitían avanzar. Les conté mi experiencia y les gustó. Uno de ellos me preguntó:
—¿Y qué tal si unimos nuestras ideas y les proponemos algo más ambicioso, algo que los motive a rendir más?
—¿Qué podría ser? —pregunté.
—¿Qué tal si les proponemos abrir un camino que desde las montañas nos lleve a conocer el mar?
Este era un sueño que muchos abrigaban y que muy pocos tendrían la oportunidad de lograr. Era muy interesante la propuesta, así que decidimos unir los grupos y exponerla. La respuesta del estudiantado y sus familias fue muy positiva: “Qué miedo, cómo será eso de grande”, “… me tomaré muchas fotos”, “… yo no me quito de este sueño, así me toque como me toque”. Todos se animaron a trabajar; los padres también quisieron ayudar y, con el objetivo de algún día cumplirles el sueño a sus hijos, empezamos a compartir ideas, a buscar soluciones a las posibles dificultades, a proyectarnos de forma más ambiciosa y a actuar en equipo por un mismo fin.
Fue ahí cuando surgió la idea de sacar al pueblo los productos que ellos habían empezado a crear, y qué mejor escenario que el mercado campesino de cada mes. La primera vez, los muchachos tenían miedo a fracasar; sin embargo, nunca los dejamos solos, los tres maestros éramos esa voz de aliento que ellos necesitaban escuchar. La jornada del mercado terminó y la satisfacción de haber alcanzado el objetivo se reflejaba en nuestros rostros, un poco cansados, pero con una alegría inmensa.
Ya en el pueblo conocían esos sabores y cada domingo de mercado campesino esperaban con gusto las empanadas, los patacones, el dulce de guayaba, de naranja y la mermelada que traían los estudiantes de La Gómez, California y Corinto. Y se fue tejiendo el sueño…: ya casi logramos la meta y nos imaginamos los rostros de aquellos jóvenes cuando por primera vez logren divisar la grandeza del mar.
Aunque todavía no la hemos culminado, el resultado de esta experiencia ha sido muy positivo. Hemos logrado que todos le demos valor a nuestra existencia. Sentir que somos valiosos para nuestros compañeros, familia y maestros es más preciado que cualquier riqueza. Desde ya alcanzamos a escuchar el ruido del mar, lo que significa que estamos cerca. No hemos bajado la guardia: seguimos ahí, trabajando incansablemente, con el propósito de que algún día podamos ayudar a transformar vidas tocando los corazones.
Así es como se ha ido moldeando ese grupo de caminantes que utilizan al máximo las herramientas y dones que poco a poco han ido consiguiendo, que han aprendido que no importa cuán lejos estemos, bajo qué condiciones caminemos, sea descalzos o en sandalias: lo que nos llevará a alcanzar nuestros sueños siempre serán las ganas con que los busquemos.